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La encarnizada batalla se prolongó todo ese día, y el rey permaneció erguido en su carro frente a los arameos. La sangre de su herida corría hasta llegar al piso del carro, y al atardecer, murió.
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Justo cuando se ponía el sol, este clamor recorrió las filas israelitas: «¡Estamos perdidos! ¡Sálvese quien pueda!».
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Así que el rey murió, y llevaron su cuerpo a Samaria, donde lo enterraron.
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Después lavaron su carro junto al estanque de Samaria y llegaron los perros y lamieron su sangre en el lugar donde se bañaban las prostitutas, tal como el Señor lo había anunciado.
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Los demás acontecimientos del reinado de Acab y todo lo que él hizo —incluso la historia del palacio de marfil y las ciudades que construyó— están registrados en