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Entonces colgaron en maderos con él dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda.
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Y los que pasaban, le decían injurias, meneando sus cabezas,
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y diciendo: Tú, el que derribas el Templo, y en tres días
lo reedificas, sálvate a ti mismo. Si eres Hijo de Dios, desciende del madero.
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De esta manera también los príncipes de los sacerdotes, escarneciendo con los escribas y los ancianos, decían:
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A otros salvó, a sí mismo no puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora del madero, y creeremos a él.
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Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios.
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Lo mismo también le injuriaban los ladrones que estaban colgados en maderos con él.
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Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
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Y cerca de la hora novena, Jesús exclamó con gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
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Y algunos de los que estaban allí, oyéndolo, decían: A Elías llama éste.
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Y luego, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le daba de beber.