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Y aconteció que pasando él por los sembrados en el sábado segundo del primero, sus discípulos arrancaban espigas, y comían, restregándolas con las manos.
      
 
      
            
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Y algunos de los fariseos les dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito hacer en los sábados?
      
 
      
            
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Y respondiendo Jesús les dijo: ¿Ni aun esto habéis leído, qué hizo David cuando tuvo hambre, él, y los que con él estaban;
      
 
      
            
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cómo entró en la Casa de Dios, y tomó los panes de la proposición, y comió, y dio también a los que 
estaban  con él, 
a  los cuales no era lícito comer, sino sólo a los sacerdotes?
      
 
      
            
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Y les decía: El Hijo del hombre es Señor aun del sábado.
      
 
      
            
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Y aconteció también en otro sábado, que él entró en la sinagoga y enseñó; y estaba allí un hombre que tenía la mano derecha seca.
      
 
      
            
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Y le acechaban los escribas y los fariseos, si sanaría en sábado, para hallar de qué le acusasen.
      
 
      
            
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Mas él sabía los pensamientos de ellos; y dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate, y ponte en medio. Y él levantándose, se puso en pie.
      
 
      
            
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Entonces Jesús les dice: Os preguntaré una cosa: ¿Es lícito en sábados hacer bien, o hacer mal? ¿Salvar 
una  persona, o matarla?
      
 
      
            
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Y mirándolos a todos alrededor, dice al hombre: Extiende tu mano. Y él lo hizo así, y su mano fue restituida sana como la otra.
      
 
      
            
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Y ellos se llenaron de rabia; y hablaban los unos a los otros qué harían a Jesús.