38
Un hombre de la multitud le exclamó: —Maestro, te suplico que veas a mi hijo, el único que tengo.
39
Un espíritu maligno sigue apoderándose de él, haciéndolo gritar. Le causa tales convulsiones que echa espuma por la boca; lo sacude violentamente y casi nunca lo deja en paz.
40
Les supliqué a tus discípulos que expulsaran ese espíritu, pero no pudieron hacerlo.
42
Cuando el joven se acercó, el demonio lo arrojó al piso y le causó una violenta convulsión; pero Jesús reprendió al espíritu maligno y sanó al muchacho. Después lo devolvió a su padre.