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Cada tres años, la flota comercial que el rey tenía en el mar, junto con la flota de Hiram, regresaba de Tarsis trayendo oro, plata y marfil, monos y mandriles.
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Tanto en riquezas como en sabiduría, el rey Salomón sobrepasó a los demás reyes de la tierra.
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Todo el mundo procuraba visitarlo para oír la sabiduría que Dios le había dado,
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y año tras año le llevaban regalos: artículos de plata y de oro, vestidos, armas y perfumes, y caballos y mulas.
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Salomón multiplicó el número de sus carros de combate y sus caballos; llegó a tener mil cuatrocientos carros y doce mil caballos, los cuales mantenía en las caballerizas y también en su palacio en Jerusalén.