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Cuando la sirvienta vio a Pedro parado allí, comenzó a decirles a los otros: «¡No hay duda de que este hombre es uno de ellos!».
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Pero Pedro lo negó otra vez. Un poco más tarde, algunos de los otros que estaban allí confrontaron a Pedro y dijeron: —Seguro que tú eres uno de ellos, porque eres galileo.
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Pedro juró: —¡Que me caiga una maldición si les miento! ¡No conozco a ese hombre del que hablan!
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Inmediatamente, el gallo cantó por segunda vez. De repente, las palabras de Jesús pasaron rápidamente por la mente de Pedro: y se echó a llorar.